viernes, 25 de octubre de 2013

Un hombre que supera los estragos de la talidomida

Cuando nació José Ros, su padre era jornalero y su madre comenzó a sufrir,  porque el bebé había venido al mundo con malformaciones por culpa del medicamento que había tomado ella durante el embarazo para evitar las náuseas.
Sesenta y ocho años después José asistió en Madrid, como parte demandante, al llamado juicio de la talidomida.
La talidomida era un fármaco que provocó miles de nacimientos de criaturas sin brazos y sin piernas  o excesivamente cortos.
-Tú naciste en 1945 y la devastadora medicina comenzó a comercializarse en 1958.
-Sí. Es una fecha anterior a la que se baraja, pero quién me dice a mí que el medicamento que tomó mi madre para las náuseas no contenía algún componente que afectara, pues de todos es sabido que en los campos de concentración nazis ya se hacían experimentos con fármacos en mujeres.  
-¿Cómo se sentiste durante el juicio?
-Indignado por la felonía que hizo la compañía farmacéutica alemana y, más, a sabiendas del mal que había hecho y el que estaba causando; extremo reconocido en una carta a las filiales y distribuidoras españolas al decir "que no se informara en España de los efectos secundarios que tenia el medicamento con el fin de preservar la imagen de la empresa". Eso es canallesco.
-¿Qué te parecieron los abogados de la farmacéutica alemana?
-Me sentí avergonzado de ver que  defendían  una injusticia que estaba a la vista y me preguntaba si tenían corazón o un trozo de ladrillo.  Ya sabemos que es su oficio, pero yo, si fuera uno de ellos, no podría dormir tranquilo. Hubiese rechazado defender a tal canalla como ha sido la farmacéutica Contergan.

-¿Cuándo encontraste sentido a tu vida?
-Bastante pronto: cuando decidí que el todo para mi estaba en la pintura, aunque luego no viví ni lo hago de ella, sino que entré en la Administración Local y en ella he permanecido como administrativo algo más de 33 años, hasta que me jubilé anticipadamente para dedicarme por completo a la pintura, a pesar de no haberla dejado nunca.
-¿Llegaste a estudiar Arte?
-Durante cinco años en Barcelona,  viviendo en casa de unos familiares que fueron extraordinarios para mi.
-¿Cómo te desenvolviste allí?
-Imagínate verme en una ciudad tan grande, en una época difícil y en un tiempo en que la mayoría de la gente te señalaba; eras como un extraterrestre o algo parecido. Pero yo no podía arrojar la toalla porque estaba haciendo lo que siempre había anhelado: aprender a pintar.
José Ros es de la localidad almeriense de Vélez Blanco, donde es dueño de una antigua ermita del siglo  XVI,  que ha convertido desinteresadamente en sede de acontecimientos culturales y, cómo no, en una galería de arte, porque la pintura para él es:
-Es mi pasión, es mi compañera,  es comprenderlo todo, es superación... es, en definitiva, amar.  Ya sabes que, siempre que puedo, suelo acudir a los encuentros de acuarelistas, donde me siento como pez en el agua y disfruto enormemente, pese a mis limitaciones. En ellos he conocido personas maravillosas (como Mª Jesús y tú) con quienes me encuentro a gusto y me unen lazos de amistad entrañable.
-¿Un recuerdo agradable de tu juventud?
-Tengo muchos como, por ejemplo, la época en la que hice Bachilerato,  pero siempre con "una sombra encima".
-¿Cómo te encuentras ahora?
-Dentro de la que cabe, bastante bien gracias a la familia que tengo, así como amigos excepcionales.  Pero, repito, "con una sombra".
La estatura moral de este hombre se agiganta cada día. Su máxima  es: "si quieres, puedes; querer es poder"
Hay algo que no puede olvidar: el  sufrimiento que llevó siempre encima su madre. Eso es algo terrible para él como lo fue para ella.
Pertenece a la Asociación de Victimas de la Talidomida en España, que está a la espera de la sentencia.