Conocí a fray
Serafín Madrid en 1970, meses antes de la inauguración de La Ciudad de
San Juan de Dios, en Alcalá de Guadaira. Era su obra. Entonces ya
pensaba en fundar El Teléfono de la Esperanza. Le pregunté si tenía
miedo a algo. Me dijo que a nada y que acostumbraba a dar la cara
siempre que repercutiera en beneficio de los demás. Se levantaba a las
cinco y media de la mañana y se acostaba después de las once de la
noche. Su negocio consistía en pasar por el mundo haciendo el bien. Lo
último que sabía de Dios es que quería de una manera entrañable a los
pobres y que se portaba muy providencialmente con los Hermanos de San
Juan de Dios.
Años después conversé con el padre Pedro Madrid que era director nacional de los Teléfonos de la Esperanza.
-¿La última vez que vio vivo a su hermano fray Serafín?
-El martes 26 de septiembre de 1972, una hora antes de que muriera en un accidente de tráfico. Llamó a las seis y veinte de la mañana a mi cuarto y me dijo: Que me voy a Málaga. Ayer hablé por teléfono con madre y me dijo que andaba delicada. No te olvides de hablar con ella, Adiós.
-¿Murió en su día?
-Sí. Mi hermano murió en su momento, en su plenitud.
-¿Cómo era?
-Un águila. Una vez se saltó la tapia de un cortijo, porque su dueño no quería recibirlo, ya que sabía a lo que venía. En otra ocasión se enfrentó con un alto funcionario del ministerio de Trabajo, porque ponía en su cuenta corriente personal, durante un determinado tiempo, importantes cantidades de dinero que eran para La Ciudad de San Juan de Dios, en concepto de subvenciones.
Años después conversé con el padre Pedro Madrid que era director nacional de los Teléfonos de la Esperanza.
-¿La última vez que vio vivo a su hermano fray Serafín?
-El martes 26 de septiembre de 1972, una hora antes de que muriera en un accidente de tráfico. Llamó a las seis y veinte de la mañana a mi cuarto y me dijo: Que me voy a Málaga. Ayer hablé por teléfono con madre y me dijo que andaba delicada. No te olvides de hablar con ella, Adiós.
-¿Murió en su día?
-Sí. Mi hermano murió en su momento, en su plenitud.
-¿Cómo era?
-Un águila. Una vez se saltó la tapia de un cortijo, porque su dueño no quería recibirlo, ya que sabía a lo que venía. En otra ocasión se enfrentó con un alto funcionario del ministerio de Trabajo, porque ponía en su cuenta corriente personal, durante un determinado tiempo, importantes cantidades de dinero que eran para La Ciudad de San Juan de Dios, en concepto de subvenciones.
-¿Se arregló el asunto?
-Cuando
Serafín le reclamó muy seriamente el dinero, el funcionario le dijo que
otras personas, por menos motivos, habían sido tiradas por las
escaleras. Mi hermano le contestó: ¡Usted no tiene cojones para eso!
-¿Se acuerda usted del color del hábito de los Hermanos de San Juan de Dios?
-Perfectamente,
porque han sido muchos años los que lo he llevado puesto. Vestirlo era
un compromiso con los marginados, con los que sufren. Pero ahora, con
traje y corbata como me ve, sigue en pié el mismo compromiso.
La
Policía de Sevilla nunca supo que fray Pedro Madrid, cuando era
director nacional de los Teléfonos de la Esperanza, había atendido la
llamada de una mujer de cuarenta y un años que acabaría poniendo fin a
su vida.
Lo que terminaría siendo el encuentro sereno de dos almas comenzó así:
-¿Es el Teléfono de la Esperanza?, preguntó ella.
-Sí. Buenas noches.
-¿Quién es usted?
-Un psicólogo.
-No le pregunto por lo que es.
-Mi nombre es lo de menos.
-¿Quiere ayudarme para lo que yo le diga ahora?
-Si puedo, encantado.
-Le llamo para que me ayude a morir con menos angustia, con menos soledad.
-¿Para esto me necesita?
-Sólo
quiero que me tome en serio en estos momentos. Acabo de consumir
bastantes pastillas. Colgaré si intenta salvarme la vida. ¿Es usted
cura?
-Sí.
-Yo soy creyente.
-¿Ha pensado lo que es suicidarse?
-Creo que Dios no me va a pedir cuenta. ¿Piensa usted como yo?
-Coincido en la concepción que tiene usted de Dios.
-¿Sabe
que usted es la única persona que me ha aceptado como soy? Me está
desapareciendo la angustia y me siento menos sola. ¿Me ha preparado
alguna trampa?
-No.
-Le agradezco que no me juzgue, que no me
condene. Es una suerte encontrar a una persona como usted. Pero que
triste resulta que esto ocurra cuando una se está muriendo. -¡Todavía
hay tiempo!
Fray Pedro Madrid, que es licenciado en Teología, Filosofía y Psicología, no quiso entrar en más detalles. Yo insistí.
-¿Quién pactó con ella, el teólogo, el filósofo o el psicólogo?
-Pactó
Pedro Madrid. En aquel momento todas las licenciaturas y el ser cura y
el ser Hermano de San Juan de Dios eran cosas secundarias.
-¿Le dijo ella cómo se llamaba?
-No me quiso decir su nombre.
-¿Hubiera sido fácil llamar a la Policía para evitar el suicidio?
-Técnicamente
facilísimo. Pero se impuso el respeto que yo sentía por lo que me pedía
esta mujer. Serafín decía que a las personas hay que darles lo que nos
piden y no lo que nosotros queremos imponerles. A mí esa mujer me pidió
que le ayudara a morir sin angustia y eso hice.
-¿Culpó ella a alguien de la situación a la que había llegado?
-A
nadie. Me contó desde que lo pasó muy mal desde los ocho años cuando ya
el padre la quería violar hasta que el marido la abandonó.
-¿Se sintió cómodo durante la conversación?
-Tan
profundamente cómodo que me di cuenta de que la mujer sólo quería morir
tranquila y feliz. No le hacía falta ninguna verdad absoluta, universal.
-¿Qué le hubiera dicho su hermano Serafín?
-El
me recalcaba que el solo hecho de acompañar a una persona en sus
grandes soledades, en sus grandes angustias, merece la pena que exista
el Teléfono de la Esperanza.
-¿Qué me haría falta para que yo creyera lo que me ha contado?
-Tendría
que contarle todo lo que la mujer y yo hablamos durante las tres horas
de su agonía. Cuando la escuchaba me inspiraba más respeto que incluso
decir misa.
-¿Notó que ella lo necesitaba en aquel momento?
-Sí,
igual que yo necesito su recuerdo a veces cuando las cosas se ponen
difíciles. Nunca encontré una mujer tan maravillosa como la de aquella
noche.
Llegó el día en que las cosas se pusieron muy difíciles en El
Teléfono de la Esperanza. El pasado 26 de mayo agentes de la Policía
Nacional detuvieron a Jesús Madrid, hermano de Serafín y Pedro, por
presuntos abusos sexuales a tres mujeres en la sede que dicha entidad
tiene en Murcia. Después de ser interrogado en la Jefatura Superior de
Policía fue puesto en libertad. Cuando prestó declaración ante la
titular del Juzgado de Instrucción número 5, dijo que “eran ellas
quienes guiaban mis manos por sus pechos y genitales”, según publicó en
exclusiva La Verdad de Murcia.
Jesús Madrid es sacerdote
capuchino. Licenciado en Psicología y Filosofía y Letras. Era director
nacional e internacional de la Asociación de los Teléfonos de la
Esperanza. Era el tercer hombre, después de fray Serafín y fray Pedro.