-Hace más de 30 de años vivimos momentos especiales, comenté a Felipe González.
-Sí
señor, muy especiales. Me acuerdo del nombre del policía que entró
donde tú y yo estábamos detenidos. Le conocía, porque un hermano suyo
estudiaba conmigo. Conté aquellos momentos especiales, entre otras
cosas, al presidente de la República Checa Václav Havel, cuando me
pidió que le explicara cómo fue la transición española.
Charlábamos
en el recinto más acogedor del antiguo pabellón de Marruecos de la
Exposición Universal del 92, sede actual de la Fundación Tres Culturas.
Aquel día, se celebraba allí, el XX aniversario del establecimiento de
relaciones entre España e Israel.
Felipe ya no era el animal
político que en la clandestinidad tenía que borrar sus huellas delante
de su escondite. Aquellos eran tiempos de manifestaciones de adhesión a
Franco, con pancartas que proclamaban: “Algo hay que quemar, El Correo
de Andalucía o el Palacio Arzobispal”.
En esta ocasión no se ha
mostrado cauteloso como en la primera entrevista que me concedió en
octubre de 1974, poco después de haber sido elegido, en Suresnes,
secretario general del PSOE. Ahora me ha parecido espontáneo y
confiado. Yo le correspondí no asomándome a sus espacios más intimistas.
-Dime cuánto valen sesenta minutos de tu tiempo, con el fin de no excederme.
-Depende. En algunos casos como hoy, no valen nada.
-¿Te refieres a tu intervención sobre las relaciones entre España e Israel?
-Sí. Como diría Machado, si el valor y el precio tienen alguna relación, como no cobro, no tiene precio.
-¿Y en otros casos?
-Sesenta minutos de mi tiempo valen sesenta mil euros
-Hemingway cobraba un dólar por palabra por sus colaboraciones periodísticas. ¿Y tú, en El País?
-Hago una colaboración que cobro, pero no sé a cuanto equivale. La hago sistemáticamente y me ha servido para disciplinarme.
-¿Las escribes a mano?
-No, en el ordenador.
-¿Alguien de los tuyos se ha preocupado de asegurarte las manos?
-No,
¡que va! No tendrían que preocuparse de hacerlo. Una vez me resbalé y
me caí, en el 92. Y por descuido no me curé este dedo pequeño que se
quedó un poco en garra. Pensé: “bueno con la edad que tengo pues
tampoco creo que vaya a ser algo como para repararlo”.
Felipe, que
alude metafóricamente a la fugacidad del tiempo, ha engordado un poco.
Se podría decir que pesa más sobre la tierra.