Cuando Luís Rojas Marcos era “el hermano de Alejandro”, éste formaba parte decisiva del Consejo de Administración de El Correo de Andalucía que, entonces, dirigía el sacerdote y periodista José María Javierre. Se daban las circunstancias más propicias para que el periódico relatase brevemente aspectos de la vida de Luís.
Convendría, me dijo Javierre, que hables con un médico sevillano que trabaja en Nueva York. Está pasando unos días en Sevilla. Ya está avisado de que alguien de El Correo irá a verlo. Se llama Luís Rojas Marcos.
Si es el que yo conozco, comentó un compañero del periódico, en sus tiempos estudiantiles tocaba la batería en un conjunto andaluz.
Cuando vi al médico, me pareció tan joven que deseché su singularidad musical y le pregunté:
-¿Cree que los niños norteamericanos hacen más pucheros que los españoles?
─¿Por qué? Todos se portan igual.
─¿Y cuándo son mayores?
─Los norteamericanos sirven más para sufrir las pequeñas cosas que las grandes. Todo lo contrario de lo que nos ocurre a nosotros.
Convendría, me dijo Javierre, que hables con un médico sevillano que trabaja en Nueva York. Está pasando unos días en Sevilla. Ya está avisado de que alguien de El Correo irá a verlo. Se llama Luís Rojas Marcos.
Si es el que yo conozco, comentó un compañero del periódico, en sus tiempos estudiantiles tocaba la batería en un conjunto andaluz.
Cuando vi al médico, me pareció tan joven que deseché su singularidad musical y le pregunté:
-¿Cree que los niños norteamericanos hacen más pucheros que los españoles?
─¿Por qué? Todos se portan igual.
─¿Y cuándo son mayores?
─Los norteamericanos sirven más para sufrir las pequeñas cosas que las grandes. Todo lo contrario de lo que nos ocurre a nosotros.
─¿Por ejemplo?
─Ellos no saltan al menor contratiempo. Son menos agresivos. Saben sufrir mejor que nosotros un embotellamiento de circulación. También tienen sus problemas, que aparecen más aparatosos por el modo cómo los analizan y los discuten. De esta manera se liberan mejor.
-¿Qué hace usted en Norteamérica?
─Trabajo en el Hospital Bellevue, de la Universidad de Nueva York. Preparo Psiquiatría.
Con “p”, puntualizó. Eso está hecho, le contesté. Y contó que en dicha Universidad impartía clases el Premio Nóbel Severo Ochoa, al que varias veces había visto en el comedor con los alumnos.
-¿Contra qué se vacunó usted antes de marcharse a Nueva York?
-Contra la sorpresa.
-¿Le hizo efecto?
-El día que llegué a Norteamérica vi que llevaban por la calle una casa prefabricada; yo me reprimí, no quise fijarme, pero lo curioso fue que los dos norteamericanos que me acompañaban miraron muy extrañados la casa.
-¿Tienen allí trabajo los psiquiatras?
─Por supuesto que sí. No sólo se dedican a curar, sino que fundamentalmente se preocupan de que los que tienen salud mental no la pierdan.
-¿Mucha competencia en esta especialidad?
─Donde la hay es en cirugía.
-¿Qué compensaciones reciben los psiquiatras?
─Socialmente están muy considerados.
-¿Y económicamente?
-Ganan al año unos 60.000 dólares.
-¿Y usted?
─Yo soy un aprendiz de psiquiatría. Considero que me pagan muy bien. No los 60.000 dólares, pero si lo suficiente para llevar una vida normal.
Pasaron los días, los meses y los años y Alejandro, muy gustoso, se convirtió en el hermano de Luis, un psiquiatra de fama internacional.