La anciana que vivía sola en el piso
séptimo del inmueble cercano a una administración de lotería abrió la
ventana del dormitorio y comenzó a gritar ¡fuego! Ella sabía que los
vecinos del sexto se encontraban de vacaciones. Las habían interrumpido
en la Costa Brava para reanudarlas en la Costa del Sol. Los del quinto
eran una pareja de jóvenes políticos que se marcharon urgentemente a
Barcelona el día anterior. La anciana era impaciente y neurótica.
Padecía dolores de cabeza que se le acrecentaron el día que un vendedor
de lotería comenzó a pregonar con un altavoz el número 155 para el
sorteo de Navidad. La mujer, que llevaba un mes escuchando el mismo
pregón, dejó de mentir, dejó de gritar ¡fuego! porque su peligrosa idea
no le dio resultado. Se le ocurrió otra. A los diez minutos de ponerla
en práctica oyó una ambulancia. Ella cerró la ventana y no vio lo que
ocurría abajo. Los curiosos advirtieron que los décimos de lotería del
número 155 estaba manchados de sangre junto a un macetón.