domingo, 22 de mayo de 2011

La máquina de fotografiar ausencias

El periodista Norberto Carrasco aparcó el coche en el recinto ajardinado del Instituto de Cultura Hispánica y me dijo:
-Espérate aquí. Ahora voy a por él.
Se dirigió a la Redacción de la revista  “Mundo Hispánico”, donde trabajaba su amigo, que era un escritor que comenzaba a ser famoso.
Mientras llegaba,  apunté en un papel los temas sobre los que podríamos hablar: cuentos, crítica de libros, novelas…Y no pude escribir más porque se presentó Norberto Carrasco con él. “Hola. Aquí mismo en el coche podemos charlar. Estoy en horario de trabajo. Tú dirás.”
-¿Tienes muchos cuentos?
-He publicado casi un centenar.
-¿Cómo  entiendes ese género?
-Como esa máquina de fotografiar ausencias, mediante la cual los americanos podían obtener la imagen de un automóvil en un aparcamiento media hora después de que el vehículo haya desaparecido.
-Háblame en cristiano.
─El cuento es lo que no se cuenta. El cuento es a la literatura lo que el vacío a la escultura, o el silencio a la música.

-¿Pensaban como tú, Dickens, Chejov...?
─Todos los maestros tradicionales del cuento no sabían escribir cuentos.  Iban al cuento con una mentalidad novelística. Fabricaban miniaturas reduciendo órganos vivos o muertos. Eran los jíbaros de la novela.
-¿Cómo se advierte  que un cuento es bueno?
─Debe dar la sensación de que se ha escrito solo.
─¿Percibe esto  el público?
─Esto no llega al público. El escritor de cuentos es un escritor para escritores.
    Francisco Umbral contó que el día anterior había llegado al folio 105 de una obra  con la  que quería  dar una visión de la Europa actual y, sobre todo, de la mujer europea. Y que seguía defendiéndose   del analfabetismo, porque era muy  peligroso y  encubría  incluso a los que saben leer; de la envidia, que en las letras es una verdadera lepra y de su  propia vanidad.
    Por razones laborales él puso punto final a la charla. Pidió a Norberto Carrasco que le esperáramos un rato. Así lo hicimos. Cuando volvió lo llevamos a su casa. Entró y salió con una carpeta. Lo acercamos a un restaurante, donde se iba a decidir un premio de poesía. El formaba parte del jurado. Durante el recorrido le pregunté a qué escritores rehabilitaría.  Contestó que a todos  los exiliados del 36.
Y seguí:
─¿Hablamos de la crítica?
─Distingo dos críticas: la de periódico y la crítica universitaria. ¿A cuál te refieres?
─A la primera.
─Es informativa, más o menos orientadora, pero una crítica muy provisional y superficial.
─¿Puede ser de otro modo?
─Es informativa y ya está. No se pueden pretender valoraciones definitivas en una crítica escrita en media o en una hora.
─Tiene mala fama...
─Se dice que no es justa, que es amistosa, que es de compadreo... Pero reconozco que cumple una función de información y divulgación de la literatura, algo muy necesario en España.
─¿Y la  crítica universitaria?
─Es la más importante. Es la que queda. Me interesan actualmente más los críticos universitarios, los profesores de literatura españoles y extranjeros que  me explican a sus alumnos, que me dan orientaciones.
─Resumiendo, tampoco te disgusta  la crítica que aparece en los periódicos.
─Cuando publicamos un libro, nos gusta  que salga nuestra foto y que se hable de nosotros en el  periódico porque, así, se enteran los amigos y lo saben en el Café Gijón.