El profesor Navarrete se encontraba en la biblioteca de la Universidad de Santiago de Compostela. Hacía menos de un mes que había ganado la cátedra de Derecho Penal. Se le acercó un bedel y le comentó:
-Don José María, ahí le busca un señor.
-¿Quién es?
-No me ha dicho quién es ni de qué quiere hablar con usted.
-Enseguida salgo.
Cerró el tomo que leía, miró hacia la puerta de la biblioteca y advirtió la presencia de un hombre muy fuerte y muy alto. Sin duda era la persona que le esperaba.
-¿Es usted el catedrático de Derecho Penal?, le preguntó el desconocido.
─Sí, señor, respondió el joven profesor un poco asustado.
─Es que yo tengo una consulta que hacerle.
─Usted dirá.
─Soy el autor del crimen de la Alameda de la Herradura.
-Don José María, ahí le busca un señor.
-¿Quién es?
-No me ha dicho quién es ni de qué quiere hablar con usted.
-Enseguida salgo.
Cerró el tomo que leía, miró hacia la puerta de la biblioteca y advirtió la presencia de un hombre muy fuerte y muy alto. Sin duda era la persona que le esperaba.
-¿Es usted el catedrático de Derecho Penal?, le preguntó el desconocido.
─Sí, señor, respondió el joven profesor un poco asustado.
─Es que yo tengo una consulta que hacerle.
─Usted dirá.
─Soy el autor del crimen de la Alameda de la Herradura.
El profesor se percató de que estaba muy cerca del que había matado a la novia y a un joven que se encontraba sentado con ella en un banco del paseo más próximo a la catedral compostelana.
─¿Ha cumplido usted la condena?
─Toda.
-Muy bien, dijo ya más tranquilo.
-Pero me he enterado de que quieren hacer una película sobre este tema.
-Eso he leído en la prensa
-Quería consultarle si yo podría cobrar derechos de autor.
─Hombre, más autor que usted, ninguno.
─Eso mismo pienso yo.
─Pero tanto como cobrar derechos de autor... La cosa es ya distinta.
Don José María Navarrete, que después fue catedrático de la Universidad de Sevilla, me enseñó la fotografía de su perra Tula y después comentó: “Es la única foto de familia que llevo conmigo en mi cartera. La tengo enterrada en el jardín de mi casa, con una cruz en su tumba, porque Dios es Dios de todas las criaturas. Murió de diabetes. Aquella tarde lloré. Durante los 9 años que vivió en mi casa se mostró dulce, pero no pesada, porque tenía un enorme sentido de la medida.