Para Eduardo Saborido, Fernando Soto y Francisco Acosta
“Españoles: Una vez más me dirijo a vosotros, en estas entrañables fiestas del año que termina, para que juntos compartamos la alegría de la Navidad y el inmenso dolor por la trágica muerte de mi fiel y querido Luis Carrero Blanco…”
Era el 20 de diciembre de 1973. Los diez detenidos no lo podían creer. Era la voz del dictador. Se arrojaron al suelo, al no poder contener la risa nerviosa que les produjeron las palabras pronunciadas, como si fuera el mismo Franco, por Marcelino Camacho.
Marcelino, que era un hombre no dado al chiste ni a la broma, intentó que sus compañeros salieran del pánico que les atenazaba, pues el público que llenaba los juzgados de las Salesas y los alrededores eran afectos a Carrero Blanco y pedían la cabeza de los detenidos, haciéndoles responsables de su muerte, ante la pasividad de las fuerzas del orden.
“Españoles: Una vez más me dirijo a vosotros, en estas entrañables fiestas del año que termina, para que juntos compartamos la alegría de la Navidad y el inmenso dolor por la trágica muerte de mi fiel y querido Luis Carrero Blanco…”
Era el 20 de diciembre de 1973. Los diez detenidos no lo podían creer. Era la voz del dictador. Se arrojaron al suelo, al no poder contener la risa nerviosa que les produjeron las palabras pronunciadas, como si fuera el mismo Franco, por Marcelino Camacho.
Marcelino, que era un hombre no dado al chiste ni a la broma, intentó que sus compañeros salieran del pánico que les atenazaba, pues el público que llenaba los juzgados de las Salesas y los alrededores eran afectos a Carrero Blanco y pedían la cabeza de los detenidos, haciéndoles responsables de su muerte, ante la pasividad de las fuerzas del orden.
Pocos días después fueron condenados a graves penas de cárcel por el Tribunal de Orden Público. Para salir de la tristeza que les había ocasionado el mazazo judicial, comenzaron a componer una especie de romance de ciegos. Se basaron en las respuestas que dieron a la Policía, en la Dirección General de Seguridad, cuando fueron detenidos el 24 de junio de 1972 en el convento de los Padres Oblatos de Pozuelo de Alarcón
-¿Qué hacía usted en el convento? preguntó el policía al primer detenido.
-Soy alpinista. Y la víspera de una escalada que, en esta ocasión iba a ser bastante difícil, acostumbro a concentrarme en un lugar tranquilo. Cuando fui detenido, no me ocultaba de la Policía, estaba haciendo flexiones.
El declarante afirmó no pertenecer a ninguna central sindical ni a ni al Partido Comunista.
El segundo detenido dijo que era apolítico y añadió:
-Mi mente es muy calenturienta. Cuando me detuvieron sólo buscaba pasadizos misteriosos, paredes falsas, escaleras secretas, salidas ocultas, como si quisiera hacer realidad un cuento soñado en mi infancia.
El funcionario comenzó a desconcertarse. Su nerviososmo aumentó al escuchar lo que le manifestó el tercer detenido:
-Soy asesor literario de los Padres Oblatos. Me habían llamado para que leyera unos folios que pensaban publicar en su revista. Cuando los policías me inmovilizaron en el tejado del convento, pretendía dar con el edificio que los frailes describen en el escrito. Así que nada de huir por mi parte. Sufro de vértigos.
Añadió que no conocía ni de vista a los demás detenidos.
Otras respuestas:
-Hoy comenzaban en el convento los ejercicios espirituales de verano. Nunca me los pierdo. Si me detuvieron en el rincón más oscuro del convento es porque así rezo mejor.
-Me detuvieron saliendo de un armario. Lo reconozco, pero tenga en cuenta que estaba ajustando unas tablas que se movían. Yo soy el carpintero de este convento. Vengo cuando me llaman. Se lo pueden preguntar al padre superior. Además, aunque no lo parezca, aquí pagan bien.
-Tengo el colon irritable y pasaba cerca del convento cuando se me descompuso el vientre. Entré y los frailes me indicaron el retrete más próximo, del que salía cuando me sorprendieron ustedes, poniendo en funcionamiento la cisterna.
“¡Esto es para cagarse!”, gritó el policía que los interrogaba.
Los condenados estrenaron la pieza la noche del 31 de diciembre de 1973, acompañándose de laúd y guitarra, en una celda de la cárcel de Carabanchel. Hubo llenazo. No cabía ni la tristeza.